Afección de curso crónico que se caracteriza por el comienzo súbito, paroxístico, de crisis de breve duración, que pueden ser convulsivas, con pérdida de la conciencia o sin ella, con recuperación posterior y gran tendencia a la repetición. Habitualmente el paciente tiene amnesia de lo ocurrido y éste es uno de los síntomas de valor para el diagnóstico retrospectivo, ya que es común que el médico no presencie la crisis. Estas crisis tienen síntomas prodrómicos y factores que las precipitan. Los primeros se han denominado auras y, de acuerdo con la zona del encéfalo donde se originan, éstos pueden ser psicosensoriales (olores, ruidos o música), cambios de carácter, alteraciones del sueño, vértigos, recuerdos que se reiteran, etc. Los desencadenantes pueden ser la hipoxia, la hipoglucemia, la ingestión de alcohol.
Es una enfermedad común en los extremos de las edades del hombre: si bien era considerada frecuente en los niños y los jóvenes, la prolongación de la vida del hombre ha demostrado que es una patología común en la ancianidad. La causa de ello es el accidente encefalovascular. En los últimos años, el incremento de la epilepsia ha sido manifiesto entre el grupo de edad que comprende a las personas entre 61 y 80 años. Algunos autores lo atribuyen a una mejor identificación de los ancianos que padecen estas crisis aunque es evidente que algunas patologías de la edad avanzada inciden fuertemente en ello.
Muchas de las epilepsias son idiopáticas o también llamadas primarias, donde la influencia genética es importante. Las secundarias o sintomáticas son ocasionadas en la niñez por lesiones cerebrales perinatales, fiebre, anomalías congénitas, enfermedades degenerativas del cerebro, tóxicos o traumatismos; en la edad media de la vida, por tumores, traumatismos, infecciones o enfermedades degenerativas del cerebro; y en la ancianidad, por enfermedades encefalovasculares o degenerativas cerebrales, tóxicas y tumores.
Se estima que alrededor de 50 millones de personas -en todo el mundo- son epilépticas; la padecen, en consecuencia, entre 4 y 8 individuos por mil. Se considera que las convulsiones -excluyendo las febriles frecuentes en los niños- sólo están presentes en el 5 % de los epilépticos.
Las crisis epilépticas pueden ser parciales o generalizadas. Un trazado electroencefalográfico normal no excluye el diagnóstico de epilepsia, como así también -y ello ocurre mayormente en los ancianos-, los anormales pueden cursar sin este tipo de afección. Las crisis varían en sus manifestaciones desde la breve pérdida de la atención (ausencias), alteraciones motoras limitadas (convulsiones parciales), cambios sensoriales o psicológicos, hasta el ataque que se presenta en forma de una pérdida prolongada de la conciencia con actividad motora convulsiva (convulsiones tónico-clónicas), donde el enfermo puede lesionarse al caer, no controlar sus esfínteres y, lo que es clásico para el vulgo, morderse la lengua. Las convulsiones constituyen el cuadro más dramático de la epilepsia y, cuando la enfermedad reviste gravedad, se pueden presentar crisis reiteradas en cortos lapsos.
La International League against Epilepsy las ha clasificado de acuerdo con su perfil clínico y electroencefalográfico. Internacionalmente se adoptó esta clasificación:
La localización focal de las crisis epilépticas dan origen a una variada sintomatología, como ser, cuando lo hace en el lóbulo frontal, desviación conjugada de los ojos, contracción tónica del brazo o simple vocalización; si lo hace en el occipital, desviación conjugada de los ojos, alucinaciones visuales o distorsión de las imágenes de los objetos; en el complejo amigdalohipocámpico del lóbulo temporal, trastornos neurovegetativos, alucinaciones olfatorias, gustativas o digestivas o detención y fijación de la mirada. Estos son sólo algunos ejemplos, puesto que en áreas sensitivas pueden determinar parestesias, dolor o alucinaciones somatestésicas.
El tratamiento dependerá del tipo de epilepsia y de la reiteración de los cuadros. Se considera que en las formas juveniles -según diversos autores- se debe prolongar entre dos y cinco años, dependiendo del tipo y la gravedad del cuadro. Las formas más severas deben ser pasibles de tratamiento por parte del neurólogo que, en todos los casos, debe ser el médico de consulta que monitoree la evolución de la enfermedad. Las drogas utilizadas son la carbamazepina, la fenitoína, el ácido valproico, el fenobarbital y la primidona.
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