Este tipo de diabetes presenta un déficit marcado o absoluto de insulina, hormona necesaria para el ingreso de glucosa a los tejidos insulinodependientes. Las consecuencias de dicho déficit son muy serias, y la falta de tratamiento o el seguimiento inapropiado del mismo, ponen en un real riesgo la vida del enfermo, siendo la hiperglucemia y la glucosuria manifestaciones claves del desequilibrio. Los individuos sobre los cuales recae la patología son característicamente adolescentes, adultos jóvenes y niños, por lo cual suele recibir el calificativo de juvenil.
Según el tipo, las estadísticas señalan diferencias marcadas en la incidencia de la enfermedad. En EE.UU. el tipo I o insulinodependiente afecta a una persona cada 250, mientras que en el norte de Europa esta cifra trepa a uno cada 150 habitantes, desconociéndose el motivo de este incremento. Los asiáticos y los africanos negros padecen este tipo de diabetes en una cifra cercana a la mitad de la que sufren los blancos. El tipo de diabetes insulino no dependiente (tipo II) es mucho más común (diez veces más frecuente que el tipo I) y se considera que comprende el 6/7 % de la población general, con una proyección futura que la elevaría al 10 %, donde es evidente que influye la prolongación de la vida del hombre. Se sospecha que la mitad de estos enfermos ignora su padecimiento. Tiene una evidente predisposición genética.
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