El pene está formado por los cuerpos cavernosos que es un tejido eréctil ubicado en dos cilindros dorsales y el cuerpo esponjoso que es un cilindro más pequeño a lo largo del cual transcurre la uretra. Los tejidos de los cuerpos cavernosos constan de espacios vasculares que se interconectan y que se encuentran vacíos cuando el pene está relajado, pero se llenan de sangre durante la erección.
A - La irrigación del pene procede de las arterias dorsales y profundas, en estas últimas se originan las arterias que irrigan la túnica albugínea y las arterias helicinas que dan la sangre al tejido eréctil y que durante la erección se dilatan llenando de sangre los cuerpos del pene.
B - El llenado que se produce es causado en parte debido al cierre de los cortocircuitos arteriovenosos que hay entre las arterias helicinas y las venas profundas y son la vía normal del flujo sanguíneo de las arterias helicinas en el estado de flaccidez. Las descargas nerviosas del parasimpático provocan el cierre que lleva la sangre de las arterias helicinas a los cuerpos cavernosos haciendo que el incremento de presión en los cuerpos comprima las venas imposibilitando su vaciado.
Se define como tal a la capacidad del varón para lograr y mantener la erección peneana el tiempo suficiente para permitirle una relación sexual satisfactoria. En esta definición queda incluida la posibilidad de la eyaculación; sin ella, estaríamos ante una modalidad singular, y en cierto modo común, de impotencia. En el último tiempo, por los vaivenes de la moda semántica y de la industria farmacológica, se ha homologado el sinónimo de disfunción eréctil masculina. No obstante, sutiles variaciones pueden hacer que el hombre presente libido y capacidades para el orgasmo y la eyaculación, aún con esa disfunción eréctil a la que hacemos referencia. El hombre, a diferencia de los animales, tiene una sexualidad no sólo encaminada a la procreación. Puede efectuar el acto sexual con fines amorosos o lúdicos. Sin esas variables sería lógico pensar que finalizarían en la mujer al dejar de ovular y en el hombre al disminuir la cantidad de espermatozoides por eyaculación. El paso de los años, con el transcurrir de las edades de la vida, hacen que el ritmo sexual y la calidad de las relaciones se alteren. Las estadísticas de Kinsey -tal vez superadas- muestran que el hombre, sin que ello sea inevitable, incrementa rápidamente su disfunción eréctil a partir de los 55 años. Con el avance de los años comenzará el decrecimiento libidinal y una disminución en la necesidad de gratificación sexual. No obstante, en condiciones de buena salud, la capacidad de erección se puede mantener hasta la octava década de la vida. Aparecerán entonces la dificultad para conseguir pareja (incluso por parte de la cónyuge) y la falta de ejercitación coital que influirán en el rendimiento.Durante la vejez, el interés por el sexo es mayor en el hombre que en la mujer. En estadísticas realizadas con ancianos institucionalizados (Schneider) se pudo comprobar que sólo el 11 % de los hombres se conformaba con no tener relaciones sexuales, mientras que entre las mujeres ese porcentaje ascendía al 62 %. Aquellos que tuvieron mayor actividad sexual durante su vida madura fueron los más activos en la ancianidad.
El comportamiento sexual varía con cada tipo de cultura. Las parejas con mayor capacidad de comunicación, que son las más afectuosas y duraderas, tienen mayor comportamiento libidinal.
Después de los 60 años existen cambios significativos en la sexualidad del hombre. Hay un retardo en las fases de excitación y erección, es más largo el plateau de la erección y es menos rápida la inevitabilidad eyaculatoria; descienden en número las contracciones expulsoras del líquido seminal (8-12 en los hombres jóvenes, 5-6 en los ancianos), disminuyen ostensiblemente el largo de la eyaculación y la cantidad de líquido seminal. De tal forma, no debe compararse la actividad del anciano con la del hombre joven sino considerar que esos cambios corresponden a los tantos que presenta el organismo con la senescencia. Pero debe quedar claro que, de no mediar enfermedades que luego enumeraremos, esa normalidad -acotada por los cambios- se debe mantener.
Con respecto a la impotencia, se debe destacar la importancia -todavía no demostrada en forma fehaciente- del péptido o factor intestinal vasoactivo (VIP) que, como potente agente vasodilatador, mediado por el óxido nítrico (NO), se encargaría de la erección, como lo pone en evidencia que su mayor concentración se halla en los cuerpos cavernosos y en las arterias peneanas profundas. En la mujer el VIP, que se libera durante la estimulación sexual, sería responsable de la tumescencia del clítoris, el aumento del flujo vaginal y su lubricación.
Previo a ese paso, la parte vascular de la erección se inicia en el sistema nervioso central, integrador de estímulos psicógenos (vista, oído, tacto, deseo, olores) y el control de la inervación simpática y parasimpática del pene. A su vez, los estímulos sobre el órgano copulador dan comienzo al arco reflejo. Luego tendrá lugar el proceso corporovenooclusivo que bloquea la salida de sangre venosa y permite darle tumescencia y rigidez al miembro eréctil. Se deduce de la fisiología de la erección que las causas de la misma pueden ser orgánicas o psicológicas.
Las primeras tienen gran relación con las enfermedades orgánicas que pueden complicar la erección o bien crear factores psicológicos para que ésta no tenga lugar (disnea o dolor durante los movimientos coitales).
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